Aunque los
interesados en que no se logre la paz en la sociedad colombiana, compromete a agentes externos, vamos a
limitarnos al ámbito doméstico. Previo a
esta indagación, recrearemos lo que alcanzamos a entender por tal, para evitar diálogos de sordos y/o el hábito
infértil de los polemistas que llevan el record de victorias en sus discusiones.
La paz no alude
de ningún modo a la ausencia de contradicciones o conflictos entre quienes
conviven en sociedad. Paz no es sinónimo de quietud o tranquilidad monacal;
menos podríamos asimilarla al reino del unanimismo.
Cuando decimos
de un país o sociedad que goza del bien colectivo de la paz, sin lugar a
equívocos se hace referencia en primer
lugar a la manera institucional pacífica de afrontar los problemas políticos,
la inconformidad, los disensos, por parte del Estado; al tiempo, presupone un
nivel tal de educación que involucra una cultura ciudadana y cívica, por la cual los hombres y mujeres en
ejercicio de sus derechos, y observancia de sus deberes, de modo cotidiano
hacen uso de las más diversos recursos legales para tramitar sus peticiones
y, reclamar del Estado el cumplimiento
de sus obligaciones para con el bienestar de todos los asociados, que incluye
la protesta social, descartando el uso de la violencia. Es decir, Estado y sociedad civil,
no obstante que el primero tiene el “monopolio de la fuerza”, comparten en el
discurrir de la vida ordinaria, el no
uso de la violencia como recurso para dar salida a desacuerdos y/o
enderezar el rumbo de uno u otro servicio a cargo de las instituciones. Es un
rasgo relevante, consustancial a una organización social madura, estable,
democrática.
Mas no basta. Es
condición sine qua non que, el Estado, sus funcionarios, las autoridades desde
las más encumbradas a las más sencillas y elementales, observen y respeten la
legalidad, como una ética pública de no abrazo a los atajos; que quienes
acceden a los órganos de poder o por vía de las relaciones de producción tengan
roles de dirigencia, no aprovechen éstas para hacerse a prerrogativas que no
tienen los demás, sea para apropiarse del patrimonio público o para
beneficiarse indebidamente; Esto es forma
de violencia, al tiempo que una práctica promotora de injusticia,
de corrupción, en beneficio propio o de terceros.
Lo peor, cuando
hay una tradición entre Estado y/o funcionarios de éste, a la vez con vínculos varios de clase social,
para transitar con igual prestancia de lo legal a lo ilegal y viceversa, y así
hurtar al Estado lo que es de todos, poniendo incluso la misma fuerza pública
al servicio de estos “asaltantes” y, en contra de quienes denuncian semejante
tropelía y, reclaman justicia: en ese mismo Estado y en parte de sus agentes
más conspicuos encontramos a los enemigos de la Paz y, de la modernización de
aquel. Si lo dicho guarda algún parecido
con nuestra realidad, seguro es pura
coincidencia!
Este particular
componente puede ser en circunstancias concretas, uno de los mayores impedimentos
para que la paz prospere, pero al tiempo puede ser objeto a superar, con
decisión y voluntad política por parte de quienes estén en condiciones de encararlo,
para plantearse la conquista de la Paz buscada, en nombre de la sociedad.
Comprometiendo a ésta, encarnada en sectores
de los partidos, organizaciones gremiales y sociales, y claro, a los
protagonistas de la violencia desde la insurgencia y, a facciones y/o alianza
de clases que, desde la maquinaria de
estado representen “legítimamente” a éste, para NEGOCIAR por vía política, los
acuerdos que conduzcan a reformas y transformaciones de ese orden
concupiscente…
Es de entender,
por lo planteado hasta aquí, que en Colombia existan sectores de la oligarquía,
plutócratas inmorales, inescrupulosos, comprometidos en la deformación macabra
de la institucionalidad, que quieren seguir con sus tropelías y perpetuar así
la exclusión y desigualdad. Esa es su
fuente de vida. Así entonces, la
guerra y el reino de la arbitrariedad representado en ese tipo de estado, que es
sólo de ellos y para ellos, constituye su cielo y su gloria. De éste
derivan ganancia y sangre. Miseria y muerte para los excluidos; la inmensa
mayoría. La excusa y justificación a la vez: los terroristas. Es decir, los excluidos que han optado por la lucha
política a través de la insurgencia armada. Ese mismo estado de guerra, a la
vez profundiza la corrupción y el tráfico de armas y demás exabruptos con los
cuales se lucran. El terrorismo que dicen combatir, es su credo y su pan; terminan
por ser los peores terroristas actuando en nombre del estado. Aquí se inscriben
los crímenes eufemísticamente llamados falsos
positivos. Unas de las más grandes proezas de AUV (Alvaro Uribe Vélez).
La caverna, de pensamiento y acción política, comprometidos
en los más grandes desafueros y sabiéndose usurpadores de las gabelas del
Estado para hacerse a bienes ajenos (baldíos, tierras de campesinos) mediante
el despojo violento, bien saben que una paz
negociada con la insurgencia, no
sólo significaría el fin de su negocio, sino el comienzo de procesos de restitución de tierras y reparación de
víctimas que -sin querer queriendo-,
llevan consigo la puesta en cuestión de legitimidad de sus bienes y
riquezas. De ahí su cerrera resistencia, radical, visceral, contra la negociación política en la mesa de
La Habana.
Por el
contrario, quienes sí serían los más francos ganadores de la paz negociada: La
sociedad en general, las instituciones menos contaminadas, el pueblo
necesitado, los desempleados, las mujeres, las víctimas. La democracia, la
producción nacional, los jóvenes. La educación.
Los billones que
se traga la guerra y la corrupción agazapada tras el caos de la guerra,
encontrarán inversión en programas varios de carácter social, especialmente contra
la pobreza, por el bienestar y oportunidades, incluyendo la educación para la
inmensa mayoría!
La paz, a la que
hemos ido poco a poco despejando su fisonomía, no es realidad que se declara hecho
consumado seguido a la firma de la
negociación, es sí construcción creativa
de todos y cada una de las partes, entre las cuales el Estado deviene
patrimonio común del que todos seríamos
accionistas, al tiempo que sujeto y objeto de la misma paz. Garante y sujeto colectivo trasformador: La
sociedad civil con sus organizaciones plurales.
En el horizonte
de Colombia: la PAZ. Más por la acción de las partes interesadas -con
decisión, convicción y sensatez-, a la que debe metérsele pueblo, que su fracaso por las intrigas y maledicencias de
la caverna, accionistas monopólicos de
la guerra y la muerte.
Santiago de
Tolú, junio 25 – 2013